
por Equipo Editorial
ESPECIAL #TRABAJADORES . Cuarta entrega.
Reproducimos esta entrevista realizada originalmente por Patrick Guillaudat para la revista FAL-Mag (France Amérique latine Magazine) a Sebastián Osorio, Sociólogo laboral, Doctor en Historia y miembro del equipo Cantó Gardel Podcast donde desarrolla una mirada general a la situación en que se encuentra el mundo sindical chileno, su participación como actor político-social y sus desafíos a futuro.
¿Puedes trazar un breve panorama de la estructura sindical chilena en la actualidad? ¿Crees que podemos hablar de la existencia de un movimiento sindical en Chile?
El sindicalismo chileno se estructura en tres niveles, que están regulados por el Código del Trabajo impuesto a fines de la década de 1970 en plena dictadura.
El primer nivel es el de sindicatos de base que se constituyen en cada empresa. En este nivel hay mucha dispersión, conviviendo cerca de 11.000 sindicatos que suelen tener menos de 100 trabajadores y solamente 150 sindicatos superan la barrera de los 1.000 afiliados. Si bien Chile se ha caracterizado históricamente por tener miles de sindicatos, como el actual Código del Trabajo permite el paralelismo sindical también hay fragmentación: en muchas ocasiones las organizaciones deben lidiar con otros sindicatos en una misma empresa, existiendo una competencia por captar afiliados que genera una división del poder de los trabajadores en favor de los empleadores.
En este nivel los sindicatos tienen derecho a negociar colectivamente, pero esto los obliga a ajustar sus demandas a la contabilidad de sus empresas, que muchas veces utilizan maniobras jurídicas para simular pérdidas con las que justifican su negativa a mejorar las condiciones laborales. Por esa misma dinámica, es muy difícil que este sindicalismo de base se plantee abordar problemáticas y demandas nacionales que rebasen los límites de su empresa.
En un segundo nivel existen más de 400 federaciones y más de 50 confederaciones, que compiten entre sí por sumar afiliados. En este nivel se llegan a plantear petitorios y reformas legales de carácter sectorial para favorecer a los trabajadores de sus respectivas ramas de actividad económica, pero es habitual que haya una desconexión importante entre estos dirigentes y los trabajadores de base, lo que se agudiza cuando afilian a trabajadores de ramas de actividad económica diferentes. Muchas de estas organizaciones son también pequeñas y no tienen capacidad de influir en ningún ámbito.
Finalmente está el nivel de las centrales, donde la Central Unitaria de Trabajadores (CUT) es la principal organización que agrupa a más de 400 mil trabajadores. A pesar de su tamaño, tiene escasa capacidad de movilizar a sus bases. Junto con ella hay al menos tres centrales más pequeñas que agrupan entre 15.000 y 40.000 trabajadores, con un alcance menor en la política sindical del país.
El movimiento sindical -en mi opinión- es aquel que se ubica entre el nivel de las federaciones y el de las centrales, en la medida que generan un esfuerzo por politizar conflictos y problemáticas laborales que trascienden el nivel de su respectiva empresa, constituyéndose como actores sociales en un sentido amplio.

Considerando lo anterior, el sindicalismo chileno se caracteriza principalmente por su dispersión, promovida por una legislación que facilita la división junto con una cultura sindical acostumbrada a resolver los problemas de sus organizaciones con quiebres y formación de nuevas organizaciones, cada vez más pequeñas. Como resultado, se tiene un movimiento sindical con diferentes agendas, muchas de ellas parciales o corporativas, con poca capacidad de unificar luchas transversales que fortalezcan el poder de los trabajadores y lo conviertan en un actor protagónico de la política nacional.
Con este panorama, cabe destacar el crecimiento cuantitativo del sindicalismo en el sector comercio, sobre la base de la expansión de grandes empresas que han centralizado buena parte de la actividad económica del rubro del retail. Es un sindicalismo de nuevo cuño, impulsado en buena medida por mujeres, que sigue creciendo y buscando su camino entre victorias y derrotas y que se mantiene muy propenso a la fragmentación.
En el sector transporte, además del crecimiento sindical entre empresas de transporte público (licitado a privados), ha destacado especialmente el sindicalismo de los trabajadores portuarios que, pese a abarcar a relativamente pocos trabajadores, es considerado como un sector estratégico por su capacidad demostrada de paralizar las exportaciones cuando realizan huelgas, lo que ha dotado a sus organizaciones de un gran poder de negociación. Se trata de trabajadores que en momentos clave han exhibido una importante lucidez política y solidaridad con otros sectores sindicales, pese a que actualmente atraviesan conflictos internos que amenazan con socavar su unidad.
Otro sector sindical de alta relevancia es el vinculado a la minería del cobre. En este rubro existen sindicatos poderosos, pero más propensos a un gremialismo que obtiene significativos beneficios para los trabajadores a cambio de una paz social que, en su propia dinámica, dificulta vínculos y redes solidarias con otras organizaciones. Sin embargo, en este sector hay grandes contingentes de trabajadores subcontratados con condiciones laborales mucho peores, que a través de sus propios sindicatos han impulsado luchas y negociaciones emblemáticas, develando la contracara de los procesos de extracción minera.
Por último, cabe mencionar la capacidad de organización que han demostrado las asociaciones de funcionarios del sector público, quienes desarrollan todos los años una negociación ramal de facto, así como grandes sindicatos del sector de la construcción, el montaje y la producción industrial, la extracción de recursos naturales y algunos servicios como el transporte público y la alimentación, quienes han llegado a coordinarse en algunas movilizaciones de alcance nacional.

Debido a las históricas dificultades que ha tenido para movilizar a sus bases desde el retorno a la democracia, así como a la diversidad de sensibilidades políticas que conviven en su directorio, en la mayoría de estos procesos y sectores la CUT ha declarado su apoyo, aunque en la práctica ha tenido una participación secundaria, en la medida que algunos de sus sindicatos adscritos les involucra en las negociaciones. Incluso, en algunas ocasiones la central ha exhibido una actitud contradictoria con las y los trabajadores, especialmente cuando los gobiernos de turno han tenido una orientación de centro-izquierda cercana a algunos de sus dirigentes más importantes.
Desde los años 2000, han surgido con fuerza otras expresiones de lucha diferentes a las sindicales, como las luchas feministas, de estudiantes o ecologistas. ¿Qué relación tiene el sindicalismo con estos diversos movimientos?
Considerando el nivel de fragmentación descrito, es difícil atribuirle una orientación político-ideológica al sindicalismo como un todo. Gran parte de las organizaciones de base mantienen una actividad netamente orientada a los problemas de su respectiva empresa, ciegas e inmóviles ante los asuntos sociales que transcienden lo laboral.
Sin embargo, hay sectores del sindicalismo con una mayor tradición o interés en vincularse con otras organizaciones de la sociedad civil. La CUT suele declarar su apoyo a otros actores movilizados, al margen de que pocas veces ha logrado convertirlo en fuerza movilizada. Lo mismo ocurre con otros sectores sindicales. En la medida que el modelo de relaciones laborales no contempla legalmente las huelgas políticas o de solidaridad que no estén vinculadas a una negociación colectiva, sus repertorios de acción se han reservado generalmente para abordar conflictos propios que, con un poco de suerte, logran coincidir con los de otros movimientos sociales sumando sus fuerzas.
Por otro lado, se debe reconocer un esfuerzo por parte de muchas federaciones, confederaciones y centrales de hacer propias las luchas del feminismo desde la perspectiva laboral. De hecho, el movimiento sindical ha aportado notables experiencias de construcción orgánica y luchas concretas desde una perspectiva feminista, lo que se debe principalmente a una expansión del liderazgo de mujeres entre sus dirigentes.
El asunto ha sido mucho más complejo respecto a las movilizaciones ecologistas o medioambientales, ya que muchas veces estas se plantean en contra de proyectos y actividades productivas de las que dependen muchos trabajadores. En consecuencia, el sindicalismo se encuentra con un desafío: cómo defender los puestos laborales de los trabajadores sin renunciar a una agenda de protección del medio ambiente. Al calor del conflicto, muchas veces se ha optado por lo primero, ignorando a las comunidades o en abierta confrontación con ellas, como atestiguan los procesos de Alto Maipo, Freirina, Ventanas, las crisis de las salmoneras en el sur y megaproyectos mineros como Los Pelambres o Dominga. Hasta el momento no parece haber suficiente claridad política para resolver y/o conciliar este tipo de situaciones desde el sindicalismo. Algo similar sucede con los conflictos que se desencadenan por la implementación de nuevas tecnologías que amenazan con reestructuraciones laborales y despidos. Son terrenos que el sindicalismo debe explorar y madurar urgentemente.
Una de las movilizaciones más importantes de los últimos años fue el estallido social de 2019 ¿Cómo se relacionó el movimiento sindical con este proceso?
Aparentemente, el movimiento sindical no tuvo mayor relevancia en este hito. Muchos analistas han afirmado que las movilizaciones durante el estallido social fueron acéfalas, inorgánicas y totalmente espontáneas. Sin embargo, bajo esa superficie se pueden identificar numerosos esfuerzos colectivos por dotar de dirección y fuerza a una revuelta que se extendió por más de dos meses. Entre ellos, sin duda estuvo involucrado el movimiento sindical de diferentes maneras.

En primer lugar, los trabajadores sindicalizados suelen estar más politizados e involucrarse más en movilizaciones sociales. Durante el estallido, los sindicatos de base operaron como puentes de información y agitación que instaba a sus miembros a participar de las protestas. En ese sentido es lógico suponer que muchas de las personas que estuvieron en las calles también formaban parte de sindicatos en sus respectivos lugares de trabajo.
En segundo lugar, varias de las organizaciones sindicales más grandes del país, entre ellas varias de las mencionadas anteriormente, se habían involucrado pocos meses antes en un espacio de coordinación de movimientos sociales llamado Mesa de Unidad Social, la cual tuvo un indiscutible rol de liderazgo en las convocatorias y acciones de protesta, al menos en Santiago. Además, a través de esta instancia fue parte de las organizaciones que lograron instalar la demanda por una asamblea constituyente, incluyendo demandas laborales y de otro tipo.
En tercer lugar, creo que no se ha insistido lo suficiente en el rol fundamental que tuvo el movimiento sindical en la convocatoria de tres huelgas generales, de las cuales la segunda tuvo un alcance nunca visto desde el retorno a la democracia en el año 1990 (esto fue analizado en Osorio y Velásquez, 2021), combinando repertorios de acción productivos, territoriales y de concentración urbana. La relevancia de este hito se aquilata al notar que provocó un giro en la conducción del gobierno, que a partir de entonces se abrió a cambiar la Constitución convocando a una Convención Constitucional.
¿Cuáles son las demandas más relevantes del movimiento sindical y cómo está posicionado para conseguirlas?
Como los problemas principales del sindicalismo en Chile no han cambiado desde el retorno a la democracia, se puede afirmar que el programa de lucha del movimiento sindical es, a grandes rasgos, compartido por los diferentes sectores que lo componen. Este puede resumirse en cambios legales que permitan la existencia de negociación colectiva ramal, el derecho efectivo a huelga, desincentivos al paralelismo sindical, salarios y condiciones laborales en línea con el estándar de trabajo decente de la OIT. Las diferencias, cuando las hay, se encuentran en los mecanismos de implementación de estas medidas y sobre todo en el ámbito de las tácticas y estrategias adecuadas para alcanzarlas.
De cualquier manera, guste o no al resto de organizaciones, solamente la CUT se encuentra actualmente en una posición de representatividad que le permita hacer planteamientos a nombre de un sector suficientemente amplio del sindicalismo a nivel nacional. Cualquier apuesta por posicionar ideas y formas de hacer diferentes deben asumir esta realidad, ya sea para plantearse una disputa al interior de la central o bien para construir una fuerza alternativa, sin soslayar los numerosos intentos anteriores que han naufragado. Con esto me refiero tanto a sectores que abandonaron la CUT desde posiciones conservadoras, como a los que lo hicieron desde una perspectiva de izquierda, e incluso a quienes nunca han formado parte de la central y han intentado construir un sindicalismo clasista y revolucionario.
Ahora bien, durante las últimas décadas ha quedado claro que la “representatividad” del movimiento sindical ha abierto las puertas del diálogo con el poder político, pero ha sido insuficiente para generar capacidad de presión y negociación. La tarea que sigue pendiente es el fortalecimiento del poder sindical en todas sus dimensiones, pero especialmente en su capacidad de convocar huelgas sectoriales o generales.
Desde la elección de Boric, y en un contexto mundial de ascenso de la extrema derecha, ¿cómo reacciona el movimiento sindical, tanto frente al gobierno y su agenda laboral como como frente a una derecha que se radicaliza?
Tal como en otros países, el sindicalismo chileno enfrenta al problema de armonizar su autonomía política con los habituales vínculos o sensibilidades partidarias de izquierda y centro-izquierda de sus dirigentes. El problema surge cuando asume el gobierno una coalición más afín a los intereses sindicales (al menos en lo discursivo), porque genera diversas dificultades y contradicciones al momento de movilizarse para presionar al gobierno y avanzar en su agenda.
El actual gobierno hizo varias promesas al movimiento sindical. Algunas de estas propuestas, como la Ley de reducción de la jornada laboral a 40 horas, se han cumplido con condiciones que han sido muy criticadas por el sindicalismo. Otras, como un proyecto para negociar colectivamente a nivel ramal, todavía no han sido presentadas y entre los dirigentes sindicales existe un justificado pesimismo respecto a la posibilidad de que tenga algún avance antes de que termine el gobierno, dada la composición parlamentaria del congreso y el tibio entusiasmo que se ha observado por parte del Ejecutivo.

Con todas las críticas legítimas que se le puedan hacer desde el sindicalismo a los componentes negativos de las nuevas leyes laborales que ha logrado promulgar –algunos muy alejados a las propuestas iniciales, otros no tanto–, es relevante destacar que se trata de una agenda que ha logrado remover el panorama sindical, en el peor de los casos para sacudirlo de su propia inercia, en el mejor para abrirle nuevos escenarios de disputa en los que se verá forzado a articularse y plantearse nuevamente el problema de la unidad.
Por otro lado, tal vez aprendiendo de la historia reciente, el sindicalismo ha hecho esfuerzos considerables por permanecer movilizado ante este gobierno, aunque sin llegar a plantearlo como un antagonista. Los resultados han dejado un sabor agridulce. Para un próximo gobierno que se pronostica de derechas, y con el creciente auge de actores y posiciones de ultraderecha, es de esperar que el movimiento sindical asuma un rol de convocatoria amplia a la unidad de las distintas expresiones de la sociedad civil que se opongan a los esfuerzos por conculcar o hacer retroceder derechos conquistados durante años de lucha. Si esto se logra, la evolución del escenario político con todas sus complejidades dará la pauta para evaluar si se abre un periodo de profundo repliegue y resistencia, o bien existen las condiciones para pasar a una ofensiva que permita mejorar las condiciones objetivas de las luchas futuras.
En ello, hay dos desafíos que tendrán un rol determinante.
Por un lado, el movimiento sindical debe buscar la manera de integrar y/o articularse con los amplios sectores de trabajadores que no se encuentran sindicalizados por distintas razones, ya sea la precariedad laboral, la informalidad, el desinterés o las prácticas antisindicales en sus empresas. En algunos casos las razones para no sindicalizarse son legales y en otros son políticas. Esto quiere decir que el asunto debe enfrentarse con distintos ritmos y herramientas, identificando los nudos críticos en los que concentrar sus fuerzas tomando en cuenta los límites estructurales que han sido imposibles de cruzar en más de dos décadas de campañas de sindicalización que, si bien no han sido un completo fracaso, se han mostrado estructuralmente incapaces de aumentar sostenidamente la sindicalización. En general, es claro que se necesita reencantar a los trabajadores con beneficios y con la construcción de organizaciones fuertes que se proyecten como interlocutores en los debates nacionales para que aumente el interés en formar parte de este actor social.
Por otro lado, un aprendizaje clave de estas últimas décadas en Chile es el rol de los denominados “sectores estratégicos”, que más allá de su contenido técnico o teórico, pueden definirse como aquellos sectores del sindicalismo que han demostrado una capacidad extraordinaria de generar presión desde escalas locales hasta nacionales mediante huelgas, por la relevancia que tiene su área de actividad en la economía regional o nacional.
En un contexto de sindicalismo todavía débil, la coordinación del movimiento sindical con estos sectores estratégicos no solo ha arrojado efectos positivos en coyunturas claves, sino que hace impensable la construcción de un poder sindical sin ellos. Lo interesante es que se trata de una categoría que evoluciona con el tiempo y que admite un desarrollo político con amplio margen hacia el futuro.
Tal vez nadie esté hoy en condiciones de decir cuáles son las tareas más urgentes para cambiar el rumbo del sindicalismo chileno en los próximos 50 años, pero sin duda los últimos años nos han entregado suficientes pistas que aún no procesamos del todo. El piso mínimo es abrir un debate franco al respecto del que surjan caminos y respuestas por recorrer.
