“El indio y el gigante”. Las dimensiones de la politización popular y la memoria social en los orígenes del MAPU-Lautaro (1970-1983).

Nicolás Acevedo Arriaza[1]

Pronto estará en las calles el libro “Año cero. MAPU-Lautaro, politización popular y protestas (1970-1983)”, del historiador y compañero Nicolás Acevedo, editado por Quimantú.

Desde Revista Horizonte creemos que es fundamental que quienes mantenemos viva la esperanza de la patria socialista, sobre todo las nuevas generaciones de militantes, estudiemos a fondo las experiencias de lucha popular contra la dictadura, pues la experiencia acumulada nos puede orientar en la construcción del proyecto político para las mayorías trabajadoras.

Compartimos acá un extracto del libro, que nos permite conocer experiencias de politización, aportando así a la desmitificación de la militancia como si fuera una cuestión extraña y ajena al mundo popular. Al contrario, se plantean acá dimensiones de politización que enriquecen la perspectiva de la militancia desde una perspectiva humana y cotidiana.

Esta perspectiva nos invita a cuestionar la distancia que existe hoy entre nuestras organizaciones políticas y las inmensas mayorías explotadas y nos llama a repensar nuestras concepciones respecto a la militancia para que nos acerquemos a una respuesta que nos permita hacer atractiva y abordable la militancia para porciones cada vez mayores del pueblo trabajador.

“La verdad es que mi desarrollo social, por decirlo de alguna forma, tiene que ver con mi juventud”.

Así comenzó Miguel surelato, mientras compartíamos en su casa. Era un encuentro muy esperado, siendo, supuestamente, la última entrevista que haría para el libro Año Cero. Comimos, cantamos y además conversamos. Sus recuerdos me permitieron elaborar de mejor forma las reflexiones en torno a los procesos de politización y la importancia de la memoria en la identidad política en los tiempos de la dictadura.

Miguel comenzó contándome de su padre, quien llegó a Santiago desde la comunidad mapuche de Lolocura, entre Carahue y Nueva Imperial. Panificador, como muchos mapuche migrantes, conoció a la madre de Miguel y tuvieron cinco hijos. Primero arrendaron, para años después obtener su casa propia en la actual comuna Cerro Navia. Fue allí donde experimentó la efervescencia del triunfo de la Unidad Popular.

“La lucha social era tan fuerte, tan profunda que uno no podía marginarse de esa historia. El tema de levantarse en la mañana e ir a buscar la leche que iba en camión a entregárnosla, era parte de lo que se estaba viviendo. El tema de las marchas, las asambleas, las concentraciones, no participar de ese mundo era vivir en otro plantea, o sea, por lo tanto, el tema social en mi juventud fue muy fuerte”.[2]

Miguel tenía razón, dicho período fue único en el desarrollo de la organización juvenil y popular. Las fábricas, colegios, fundos, y poblaciones se convirtieron en espacios de politización y de disputa política. Claramente no era la totalidad de la sociedad, pero sí aumentó la sindicalización urbana y rural; las tomas de terrenos y de fundos; las corridas de cerco en la Araucanía y la participación vecinal-poblacional. Pero, en el caso de Miguel: ¿cómo llegó a politizarse? Y más ampliamente: ¿Qué hizo que ciertos jóvenes populares se politizaran y militaran en partidos de izquierda y otros no? ¿Cuál fue la o las claves que explican esa elección? ¿Su herencia familiar; los factores económicos; los factores educacionales; el espacio escolar?

El ingreso de miles de jóvenes a la política entre 1970-1988, no es comprensible sólo por un asunto ideológico, sino por una serie de factores a las cuales he llamado “dimensiones de la politización popular”, que va desde el contexto histórico y territorial, hasta el papel de la memoria social y la afectividad. En definitiva, un proceso colectivo que conlleva dimensiones sociales, culturales y sobre todo motivaciones emocionales. De esto y otros aspectos abordaremos en este epílogo, el cual funciona como una suerte de Lado B de Año Cero, es decir, abordaré cuáles fueron los supuestos o las hipótesis de este libro que va desde la Unidad Popular hasta diciembre de 1983.

Una de las hipótesis más importantes de Año Cero sería que los orígenes y la formación del MAPU-Lautaro fueron resultado de un largo proceso de politización de la juventud popular y que, si bien fue liderado por militantes del Partido MAPU, no se explica sólo por la intervención de sujetos “externos”. Es más, no se explica sólo por su vinculación a un contexto de dictadura militar, sino como parte de una experiencia y memoria anterior al golpe de Estado. En ese sentido, más que formar parte del proceso de renovación socialista de los años ochenta, el MAPU-Lautaro fue producto de un proceso contrario a ésta, como una respuesta alternativa; enraizado en un proceso de larga duración de protagonismo popular y aspiración de la realización del socialismo en Chile.

Para explicar mejor estas ideas creo que es necesario desmenuzar lo que entiendo por dimensiones de la politización y el factor que ocupa la memoria social en la conformación de un referente o una identidad política. Para esto me valdré de la entrevista realizada a Miguel, pero también de las otras entrevistas que realicé en estos últimos quince años. Además, utilizaremos documentos internos del partido MAPU y el Movimiento Juvenil Lautaro, muchos inéditos hasta la fecha. Agradezco a quienes me facilitaron estos folletos; rescatados de antiguas paredes, carpetas o enterradas en patios traseros. Agradezco, a la vez a todos y todas quienes me concedieron su tiempo, memoria y cariño.

Nicolás Acevedo Arriaza, Historiador del «Núcleo de Historia Social Popular».

En el escrito entenderemos por “primera generación”, a quienes fundaron el MAPU-Lautaro, pero que militaron desde el período de la Unidad Popular; mientras que “la segunda generación”, sería a quienes se integraron al MAPU afines de los años setenta o comienzos de años ochenta.[3]

Las Dimensiones de la Politización Popular

    La politización, como proceso individual y colectivo tiene su propia historiocidad, al generarse como producto de conflictos sociales, en un espacio/territorio y tiempo específico. Es por ello que no basta con explicar sólo desde la adscripción de una cierta ideología, ni mucho menos producto de “agentes externos” que son seguidos ciegamente por las masas. Creo que es mucho más complejo de lo que Lenin planteó hace más de cien años atrás. Este, en 1905 escribió que “los obreros no podían tener conciencia socialdemócrata. Esta solo podía ser introducida desde fuera”.[4] Esta idea fue sumamente influyente en los partidos marxistas, sobre todo bajo la noción de “vanguardia” y “foquismo”. Pero, al contrario de lo planteado por Lenin, la politización fue un proceso de toma de conciencia dentro de una lucha social, donde las ideas “derivadas” (externas), debieron dialogar con las necesidades y la cultura interna de los territorios que se pusieron en práctica. Así lo entendió Antonio Gramsci, quien desde una cárcel escribió: “El político en acción es un creador, un suscitador, pero ni crea en la nada, ni se mueve en el vacío turbio de sus deseos y sueños. Se funda en la realidad efectiva”.[5] No basta con el voluntarismo, ya que no se puede sembrar en la aridez.

    Según el historiador marxista George Rudé, la politización tiene una dimensión interna, porque, el contacto que pudiera darse, entre agentes políticos externos y sujetos de una comunidad, se debía sustentar en las reivindicaciones, utopías y necesidades internas de los sujetos locales y no sólo en el programa político nacional.[6] A nivel latinoamericano, fue fundamental leer a Raúl Zibechi, en Geología de una revuelta, en donde me di cuenta del retroceso del leninismo en los movimientos sociales, avanzando la autonomía y la potencialidad de las organizaciones territoriales.[7] Sólo así, despejando estos supuestos, pude visualizar las diversas dimensiones de la politización popular.

    La dimensión temporal/territorial de la politización

      Una primera dimensión para entender la politización popular es el tiempo/espacio, ya que este proceso no transcurre en la “nada”, sino en un espacio social específico, que, a la vez, está inserto en un contexto de conflicto social puntual. En este caso, los orígenes del MAPU-Lautaro estuvieron ligados a dos espacios/tiempos concretos. En el caso de la primera generación, quienes participaron activamente en el período de la Unidad Popular, sus espacios de politización fueron sus colegios y poblaciones; espacios abiertos de política callejera; donde desarrollaron acciones muy concretas como tomas de escuelas, participación en la Junta de Abastecimientos y Precios o trabajos voluntarios. Hicieron propaganda en las elecciones; viajaron a provincias; conocieron campamentos y tomas de terrenos; se impregnaron como sujetos sociales y políticos en aquellos tres años de protagonismo popular. Así recuerda su adolescencia Miguel en Cerro Navia:

      “Cuando se hace la asamblea en la noche y se decide tomar el liceo, yo con un compañero. le pido que me vaya a acompañar a la casa a buscar una bandera y les digo a mis papás. Y la imagen que tengo es que ellos no se impactaron en absoluto de que iba a participar de una toma, tenía unos quince años, y nos tomamos el colegio. Y eso me marcó de una forma”.

      Marcha del MAPU-OC en Valparaíso. De Colección de fotografías de Mario Aguirre Montaldo, tomadas entre los años 1970 a 1973. Sin fecha, posiblemente invierno de 1971. Original en B/N. Colorizada, Cedida por Javier Duhalde.

      Por otro lado, Miguel participaba en su barrio en un grupo hippie que le llamaban “la onda del quince” (Paradero 15), donde escuchaban música y fumaban marihuana. “Entonces yo me moví por estos dos carriles: la onda de los estudios y la onda de la marihuana… Y el año 73 yo decido dejar este mundo de pelo largo, de hipismo, y entro a estudiar de día”. Eso implicó dejar a ver a sus amigos de la “onda”, o al menos sólo saludarlos. Con la toma Miguel se abocó a la movilización estudiantil y después del golpe, dicha experiencia fue vital para insertarse en los centros juveniles en la comuna de La Granja, donde se fue a vivir con su actual esposa.

      Con el golpe militar, la rearticulación de las redes políticas y sociales fueron lentas y sobre todo en espacios más restringidos; la política se enclaustró en parroquias católicas o sedes de organizaciones no gubernamentales (ONG’s). El terror que condujo la Junta Militar si bien derrotó al movimiento popular, no pudo borrar su memoria social ni las ansias de protagonismo. En el caso del MAPU, un primer grupo, que le hemos llamado “primera generación”, buscó la rearticulación política por medio de canales informales, golpeando puertas y sobreviviendo a la represión y la política de shock, la que fue denunciada desde 1975. Esa experiencia, de jóvenes menores de treinta años, marcó la forma de resistencia, la cual se logró en espacios de la iglesia, con la creación de centros juveniles y centros de recreación infantil. En algunos casos estas agrupaciones recibieron un apoyo fundamental de los sacerdotes (La Granja), pero que en otros casos generaron tensión (población Santa Adriana, por ejemplo). Así lo recuerda Miguel, quién llegó a la población Joao Goulart a fines de los años setenta:

      “Entonces yo llego a la Joao Goulart, vengo con una historia ajena a lo que era el mundo de las parroquias, y acepto esa invitación de integrarme al centro juvenil [Lincoyán], casado, con hijos, con mi esposa. Y conozco un mundo nuevo, donde se podía, paulatinamente, comenzar a hablar de la realidad que estábamos viviendo; la realidad de detenidos desaparecidos, de milicos en las poblaciones. Todo un mundo nuevo que comienza… en ese tiempo estaba Pablo Fontaine, no recuerdo mucho los nombres de los curas, si recuerdo a la gente que participaba ahí”.

      En el caso de la población Malaquías Concha, la influencia de Rolando Muñoz y Clara Larminat fue fundamental en la imagen de entrega y sacrificio por los pobres. Allí formaron y compartieron con adolescentes que serían parte de la “segunda generación” de fundadores del MAPU-Lautaro, la cual tenía alrededor de diez años para el golpe de Estado y crecieron en un contexto de miedo y silencio. Con un promedio de quince a dieciocho años, participaron en los espacios parroquiales, dependiendo de qué población estuvieran, criticando la realidad que vivían, relacionándola con el cambio social y el fin de la dictadura. Pero, a la vez, fue el contacto con dirigentes intermedios del MAPU, lo que permitió que el trabajo social se expandiera y se estableciera una relación con militantes de otros sectores.  Es así como se dio una conjunción entre expansión del trabajo social y radicalización de las propuestas políticas. Lo interesante, según Miguel, fue darse cuenta de que quienes los invitaron al Comité de Resistencia, también eran parte del quehacer social/ territorial. De allí que la creación del Movimiento Juvenil Lautaro, fue la concreción de un proceso que se venía gestando hace años; fue colocarle nombre/bandera/estética/plan de acción, pero con una orgánica mucho más flexible que un partido político. Así lo explicó Joaquín, en una entrevista junto con Nico el 2011, ambos ex dirigentes del MAPU-Lautaro.

      “Para mí, el Movimiento Juvenil Lautaro siempre fue una expresión, fue un referente de la juventud popular. Es decir, nosotros queríamos que los centros juveniles, las expresiones orgánicas y sociales de la juventud popular, que estaban en las masas, tuviera una expresión nacional, un referente nacional. Que era un referente social y político, más que un referente orgánico. Porque no era la confederación de centros juveniles, sino que era una expresión política nueva. Por lo tanto, no era la coordinadora social de masas, ni era un instrumento partidario. Era un referente. Por eso a nosotros no nos preocupaba lo orgánico, en el sentido de la dependencia o la relación”.[8] 

      ¿Fue una necesidad impuesta desde afuera? Según Joaquín, lo importante fue la sincronía entre ambas generaciones: “El ochenta aparece una nueva generación y por eso nace el Lautaro. Nosotros si hubiéramos creado al Lautaro el ‘78 no nos pesca nadie”. En ese caso, esto explica que las protestas hayan sorprendido en masividad a las direcciones de todos los partidos políticos clandestinos, que no esperaban tamaña movilización; pero a la vez, la continuación de dichas movilizaciones contó con el apoyo de las redes organizativas formadas anteriormente, las cuales estaban maduras para ese desafío. Según la historiadora Cathy Schneider, las movilizaciones prosiguieron con fuerza en las poblaciones con más capital social de organización, no necesariamente en las poblaciones más pobres.[9] A la vez, fueron los lazos de confianza, que provenían incluso antes del golpe de Estado, lo que generó una fuerte red que fue parte de la politización: la dimensión afectiva.

      Protesta a la salida del metro estación Parque O’Higgins en Santiago (Av. Matta esquina Av. Viel). Posiblemente es a la salida del acto del 1 de mayo de 1984, organizado por el CNT. En el pilar se lee la consigna » Lautaro Fuerza Rebelde por una Patria Popular». Autor no conocido.
      La dimensión afectiva de la politización

      Una segunda dimensión de la politización popular es el factor afectivo. Aunque arriesgue sonar cursi, no es posible obviar esta dimensión de la política, sobre todo en el contexto de persecución y dictadura, donde la confianza y el afecto están estrechamente ligados.[10] De esta manera, los jóvenes que se politizaron e ingresaron a militar lo hicieron frecuentemente invitados por un amigo/a, hermano/a, u otro familiar o pareja, es decir, en un espacio de máxima confianza. Así mismo ocurrió cuando estos militantes debieron tomar decisiones, como radicalizar su lucha contra la dictadura o salirse ya sea por razones políticas, familiares, etc. La afectividad afectaba explícitamente tomar una u otra opción.

      No era sólo un tema ideológico, ya que retirarse del partido significaba además salirse de un conjunto de redes de amistad y solidaridad, “irse para la casa”, como se decía de manera despectiva a la persona que decidía dejar la militancia por un tema personal. En el caso de nuestros protagonistas, estas decisiones se dieron explícitamente cuando el MAPU se dividió entre MAPU-Lautaro y MAPU- Convergencia en agosto de 1983 o cuando optaron por la Guerra Insurreccional de Masas en 1988. En el primer caso, quienes tomaron la opción de quedarse en el Lautaro, sobre todo los militantes de base, no necesariamente lo hicieron por motivos meramente ideológicos o sólo por el programa político; sino también fue un factor afectivo o territorial lo que los definió continuar en la opción insurreccional. Allí estaban sus amigos y su identidad. Así lo definió Marisa, que militaba en Caro-Ochagavía en 1983:

      “[En 1983] yo participé en la discusión con dirigentes a nivel nacional que hoy están en la Concertación, que es la gente que está cumpliendo, súper renovados, su rol político. Yo participé de eternas discusiones, yo no estaba por el lado de la cosa militarizada, pero la apoyé, lo que después se llama Lautaro, por una cosa más afectiva, de afecto con la gente que compartía”.[11]

      Marisa no fue manipulada ni pasiva en su decisión. Ella no estaba de acuerdo con la propuesta de convergencia socialista y más tarde la Concertación, pero a la vez le costaba verse tomando un arma o ejerciendo la violencia. Su relato nos indica que su “decisión”, al quedarse en el Lautaro, no se puede separar de su factor afectivo, porque allí estaban sus amigos, sus compañeros de años de militancia e incluso su esposo. “Lo afectivo era un hilito invisible, que no se veían, pero que se vivía”, nos diría años más tarde.

      Por otro lado, la clandestinidad y la lucha contra la dictadura conllevó una serie de problemas familiares. Amanda recuerda lo que sucedió con sus padres cuando los visitaba en la población Villa Sur (Comuna de Pedro Aguirre Cerda en Santiago).

      “Yo tuve algunos problemas con mis padres, pues yo vivía en la zona norte de Santiago y todas mis actividades, tanto políticas como culturales, eran en la zona sur. Así tenía que quedarme muchas veces en la casa de ellos para salir de allí por las noches a propagandear. También usábamos su casa para que se quedara algún compañero que no tenía la posibilidad de volver a su casa después de hacer propaganda o hacíamos los papelógrafos también allí. Mis padres me veían salir a las tres o cuatro de la madrugada y no dormían hasta que me sentían llegar. Su preocupación por mí hizo que mi madre empezara a enfermarse y me pedía por favor que dejara esas actividades pues temía que me mataran si los milicos me pillaban en la calle y lloraba mucho. Cada vez que alguien tocaba la puerta de su casa ella pensaba que iban por mi y se asustaba mucho. Yo la entendí perfectamente y por esta razón tuve que dejar de ocupar su casa y buscar otro lugar donde quedarme, lo que era bastante difícil, con decir que una vez tuvimos que quedarnos escondidos en el Cementerio Metropolitano entremedio de dos mausoleos. Muchas veces los compañeros que prestaban su casa para quedarnos tenían problemas, pues no faltaban los vecinos sapos que denunciaban nuestras actividades nocturnas”.[12]

      Pero a la vez, a pesar del miedo, el riesgo y lo oscuro de la dictadura, en la militancia clandestina se produjo la contradicción que es recordada con melancolía y añoranza, por vivir un compañerismo y una amistad a toda prueba. Años en donde lo afectivo se vivía en cada jornada o acción callejera y la protección era vital para continuar. Así lo reconoce Miguel:

      “Yo creo que, en un algún momento en el MAPU, se dio una cosa tan hermosa, que efectivamente uno estaba dispuesto sacrificarse por el otro. Yo siento que en todo el proceso que viví… tenía la plena confianza de que podía entregar la espalda a mi compañero, porque sabía que estaba protegido. No sólo lo sentía en mi persona, sino lo sentía como colectivo. Yo siento, que los compañeros del MAPU-Lautaro efectivamente fuimos hermanos. Hoy día cuando pienso en mis compañeros, rescato fundamentalmente eso; tal vez lo cuestione mucho el quehacer, pero lo que profundamente rescato es lo que sentí en ese tiempo, esa amistad, esa hermandad; frases, por ejemplo, que un compañero me decía: ‘La verdad es que ser revolucionario es lo más hermoso que puede vivir un ser humano y yo he sentido eso’”.

      La lucha contra la dictadura generó lazos de amistad, las cuales en algunos casos se quebraron cuando uno de los amigos o amigas se retiró del partido. Salirse de la organización era vivido como un quiebre emocional, alejándose de quienes sí se quedaban, incluso se les indicaba despectivamente que se habían “ido para la casa”, es decir, dejaban la vida pública por la privada. Emilia recuerda hace poco el reencuentro que se dio entre antiguas amigas, todas militantes del MAPU, que tomaron rumbos diferentes. Mientras Emilia y Sara continuaron en el MAPU-Lautaro, la tercera amiga, que llamaremos Susana, se retiró, acercándose al Partido Socialista. En los años noventa, en plena era de la Concertación, mientras Susana trabajó en el Estado, Emilia se retiró del Lautaro, pero Sara continuó militando, siendo detenida a mediados de los noventa. Tuvieron que pasar casi treinta años para que volvieran a reunirse nuevamente en la misma mesa.

      “[El reencuentro fue] emocionante, porque cada una tenía una idea de la otra, totalmente… Sara, como estuvo presa se supone la más revolucionaria, y la otra, se fue a trabajar pal’ Estado y se alejó por varias razones, por cosas de seguridad y tenía que alimentar a sus hijos, entonces nunca más la vimos, pa’ nosotros era una amarillenta. Y eso la tenía muy cagá para juntarse con nosotros, me juntaba con ella y lo único que hacíamos era tomar vino y llorar, no hablábamos ni una hueá. Nos acordamos de puras cosas, porque murió tal compañero, porque hicieron esa hueá [la organización]. Y la Sara, no hablaba, nunca hizo un intento”.[13]

      Desde aquella fecha hasta ahora, las tres amigas han retomado las risas y complicidades. Año Cero, de alguna manera, se ha escrito queriendo integrar esta dimensión a las otras, como el factor territorial y el ideológico. Estas ideas más bien son resultados de años de entrevistas y percibir estos factores, muchas veces invisibles, pero que surgen al momento de “querer escucharlos”.

      La dimensión ideológica de la politización

      Un tercer elemento de politización es la educación política e ideológica, traspasada sobre todo por medio de la lectura o la divulgación oral. La pregunta central que aquí quise hacerme fue: ¿qué tan relevante fueron los libros y el marxismo en los jóvenes politizados de los años setenta y ochenta? ¿Que leyeron o cómo lo recepcionaron? O como lo planteó Robert Darton en relación a la revolución francesa: ¿Los libros provocan revoluciones? Para Darton, se sostuvo por mucho tiempo que las ideas revolucionarias en Francia absolutista bajaron desde la elite intelectual, siendo absorbidos por un público más amplio, pero que esto no era suficiente como para entender los orígenes de 1789. Rescatando el trabajo de Roger Chartier, los orígenes de la revolución fueron más culturales que intelectuales.[14] Por otro lado, las propuestas de Carlo Ginzburg, en torno a la cultura popular en la Europa preindustrial, han planteado que las clases subalternas fueron activas en la recepción de diversas culturas o lecturas ilustradas, interviniendo o engarzándose con sus propias percepciones. Es decir, los sujetos sociales eran protagonistas de sus propias lecturas y no simples receptores pasivos de los conocimientos transmitidos.[15]

      Ese fue el caso de los fundadores del MAPU-Lautaro, que tuvieron una lectura y transmisión de un marxismo mucho más gramsciano desde sus orígenes en el MAPU, pero que terminaron recepcionándolo desde su propia experiencia en los sectores populares. ¿Cómo pudieron adquirir este marxismo gramsciano? En el caso de la primera generación, esta tuvo la suerte de contar con la editorial Quimantú, la cual masificó textos Lenin, Marx y la literatura social, pero además la editorial Nascimento publicó en 1971 Maquiavelo y Lenin, la cual sería extractos tomados de los Cuadernos de la Cárcel.[16]

      Debemos tener en cuenta que el MAPU influyó en el propio capital cultural de sus dirigentes. Según Pizarro, militante secundario en la Unidad Popular, sus dirigentes eran “intelectuales que se incorporan al tiro y de lleno al ejercicio del poder. Empiezan a participar en la toma de decisiones en el gobierno. Eso lo hace el MAPU, la gente de la Universidad Católica, mucha gente que se integra al MAPU de esa parte, y también varios de la Universidad de Concepción, una cantidad de celebridades que, hasta el día de hoy, de alguna manera perduran”.[17]

      Panfletos del MJL. Originales en digital trabajados. Cedidos por el autor y archivo de la revista.

      Provenientes de sectores medios y altos, los fundadores del MAPU estudiaron en colegios particulares y universidades privadas y públicas con un alto capital social. Esto generó que su militancia de base tuviera una promoción de estudiar y conocer todo tipo de literatura, censuras. Los libros de Trotsky o algunos críticos a la Unión Soviética no estaban prohibidos como en el caso de los comunistas y se fomentaba la lectura de otros marxistas como Georg Lukács y Gramsci, quién también estaba siendo restringido en el campo soviético. Sobre todo, éste último que fue incorporado en la educación política, tanto en el MAPU, como en el Lautaro en los años ochenta. Destacamos el libro El carácter de la revolución chilena, una especie de texto de cabecera que analizaba la historia de Chile a partir del supuesto marxista de lucha de clase entre el proletariado y la burguesía, pero dejando en claro que la realidad chilena tenía más de veinte capas o fracciones, como el campesinado o la pequeña burguesía urbana.[18] En general es un libro bastante esquemático, con una intensión educativa divulgación, destacando la clasificación en más de veinte grupos sociales, donde la clase media era un invento de la burguesía “que sólo sirve para confundir al proletariado”. Cómo el proletariado no podría llegar al poder por sí sólo, debía generar una amplia alianza de clases, pero tratando de hegemonizar su programa y proyecto estratégico. En dicho libro existe un profundo análisis sobre la Hegemonía, elemento central en Gramsci. Finalmente llama la atención que la revolución chilena hacia el socialismo es denominada que debía ser ininterrumpida, un claro guiño hacia el “trotskismo”, lo que hacía sospechar que lo haya escrito por Kalki Glauser.[19] El texto finaliza con un cuestionario de más de noventa preguntas, bastante escolarizado, pero que motivaba a reelaborar el contenido del libro. En general, los y las entrevistados poco comentan la educación política como relevante en su proceso de politización, sino que un acompañante de la vorágine que fue la Unidad Popular.

      Con el golpe de Estado, los primeros años fueron marcados por la instalación del miedo. La quema de textos marxistas y la represión redujo la educación política a pequeñas conversaciones y una propaganda muy tímida. ¿Cómo fue la formación política de la militancia popular en la dictadura, si es que la hubo?  En el caso de la segunda generación los militantes del MAPU que se formaron en las parroquias de La Granja, Ochagavía o la zona norte, las actividades de los centros culturales eran en sí un habitual proceso de educación política, pero traducido en un lenguaje más cotidiano. Los principales medios para la educación política era el Venceremos y las jornadas de formación que se hicieron territorialmente.

      Entre 1975-1981 la militancia que formará parte del Lautaro tuvo una intensa sociabilización interna en parroquias y centros juveniles, donde los espacios de formación fueron más ligados a las actividades culturales y de solidaridad, pero que no descartaban la educación política. Así lo recuerda Emilia en La Granja.

      “Como que tenías tiempo pa’ eso… por ejemplo cuando me invitaron a un colectivo, tenías que estudiar, hacer y repasar algunos libros, de la Marta Harnecker. Estudiar un poco de marxismo, yo nunca estudié mucho marxismo. Me enteraba, pero nunca lei mucho. No me gustaba, lo encontraba muy denso. Me conformaba con un par de conversaciones con alguien. Conversaba con un par de personas y discutía un poquito el tema, pero hasta por ahí no más… Pero cuestiones prácticas, si. Eso sí me gustaba hacer. Me gustaba ir a la propaganda, me gustaba ir a rayar, me gustaba esas cosas. A todo esto, la vida juvenil de la Coordinadora y los centros juveniles como que tuvo su periodo”.[20]

      Emilia destaca que lo que sí le gustaba era la acción política, la cual no necesariamente estaba desligada de la ideología, sino más bien, las consignas o las acciones intentaban estar bajo una propuesta táctica y estratégica, por lo que generaba en sí ya un debate y una discusión: por qué hacemos lo que hacemos; cómo lo hacemos, etc… Para Nico, fundador y dirigente del MAPU-Lautaro, fue en el quehacer práctico en donde los jóvenes populares fueron adquiriendo las herramientas de la educación política. Esto ocurrió con más fuerza con las protestas, donde hubo menos tiempo para el debate político y las urgencias se volcaron a la planificación de acciones de recuperación y preparación de las protestas. “En el Lautaro estábamos enfocados en el quehacer, con elementos conceptuales y éticos, que ayudaban a crecer y desenvolverse”, nos diría Nico en el 2017.[21]

      ¿Pero hubo espacios de formación política para quienes fundaron el MAPU-Lautaro? Según Marisa, una instancia que recuerda fue en el primer semestre de 1981 en una casa parroquial de Peñalolén. Allí estuvo con gente de Caro-Ochagavía en un salón, pero reconoció a militantes del MAPU de otros sectores que discutieron aparentemente los mismos temas: la Convergencia Socialista y la salida a la dictadura. El resto de los otros aspectos los fue adquiriendo con sus compañeros de célula, leyendo libros de Lenin o Marx que le recomendaba Joaquín, en ese momento su marido, o leyendo el periódico Venceremos.

      Pero un manuscrito inédito, escrito por Sara en 1983, nos puede ayudar a comprender el nivel de debate y formación que tenían los militantes que formaron parte de la primera y segunda generación en el Lautaro. Se trata de un curso llamado “Historia del partido”, que va desde la noción de cuál es la función de un partido político y cuál sería la historia y el futuro del MAPU en el contexto pre protestas populares. El contexto fue el debate entre la división entre Convergencia o Insurrección por lo que debió haber sido escrito entre enero-agosto de 1983.

      “Historia del P”. Escrito por Sara, 1983.

      El manuscrito, de treinta páginas, comienza con la descripción de los partidos políticos, como “instrumentos… organizador de voluntades”, que está dentro de la realidad, siendo “imposible separarlo de la época”.[22] Esta descripción, que fue tomada de Antonio Gramsci, les permitió hacer una historia del MAPU como un partido que surgió en los setenta producto de una falta de conducción política de la revolución chilena, donde tanto el foquismo [MIR] y la izquierda tradicional [PC y PS] estaban fracasando. Es así que el MAPU se identificó como “proletario y fundamentalmente con la juventud”.[23] Esto es importante, porque después este mesianismo y voluntarismo prosiguió después de la dictadura, pero que la propia realidad reveló que se convirtiera en un partido “inconcluso”, sin una estrategia clara, que captó más militantes provenientes de la juventud popular que de los trabajadores. De allí vendría un giro que comienza, según los apuntes de Sara, desde 1978 cuando el MAPU definió “la construcción del mundo popular… enfatizando en la construcción de las org. del pueblo”. Esta opción se convirtió en una crítica hacia el partido verticalista, que separaba la dirigencia de las bases y que finalmente descartaría la opción en torno a la Convergencia porque tendía a “satisfacer los intereses + que los del pueblo”.[24] Casi finalizando los apuntes destaca el nuevo papel del partido, que debía tener los siguientes requisitos:

      “Un Mapu grande en número e insercion en el pueblo

      Debe alcanzar una homogeneidad en su tranco.

      Un P [artido] sólido en lo orgánico, no se está por un partido de cuadro, capaz de soportar los embates… consecuente con lo que dice…

      Fortalecer la célula y entroncarla a su quehacer pop…

      Es necesario superar el problema de la dirección Nac. La dirección no expresa este rol”.[25]

      En los años siguientes, la influencia de Gramsci fue relevante en el aspecto de incorporar la cultura y el modo de vida de la juventud en el quehacer político, como fue el caso de las campañas de “recuperación” y distribución de preservativos y pastillas anticonceptivos desde 1987 en adelante. Así lo muestra una crónica escrita ese año, a propósito de la visita del Papa en Chile:

      “Es hora que el sexo también sea nuestro, un motivo de vida plena, de crecimiento y de victoria. Ese ¡No! – grande y lindo que dio la vuelta al mundo- a la pregunta del Papa en el Estadio Nacional, marcó la actitud que tiene que hacerse camino […] En Cuba, la revolución acabo con el miedo […] La Mujer ha ganado todos sus derechos. Es masivo el acceso y uso de preservativos. La juventud puede amar tranquila, llena de motivos para ser feliz. […] Que nuestros cuerpos y nuestros sentimientos y el amor son también parte y motivo de la Revolución”.[26]

      En los años posteriores, la dirección y en especial su Secretario General realizó una recepción activa de textos de la húngara Ágnes Heller y el checo Karel Kosic, en torno a la importancia de la concreción de la política en la vida cotidiana, pero que esto se implementó a partir de la propia realidad de sus militantes.[27] “Era el asunto de la vida cotidiana, pero las definiciones, las precisiones de los conceptos, las ideas mismas, son ideas que salían en las reuniones y nosotros las implementábamos políticamente”.[28]

      En general, podemos decir que si bien la dirección del MAPU-Lautaro se preocupó de desarrollar una teoría de su propia práctica política, incorporando las nociones de un marxismo más heterodoxo, su militancia fue más activa en el desarrollo de su práctica, asumiendo más adelante, ya sea en prisión o en su vida universitaria posterior más elementos teóricos.

      Esto fue producto de la urgencia que se asumió la lucha contra la dictadura y por qué para la juventud popular, la práctica era más atractiva que la discusión y la educación política.

      Estimo que los cruces entre educación política y acción de protesta siguen siendo temas a desarrollar.


      [1] Licenciado en Historia (ARCIS), Magister y Doctor en Historia (USACH). Actualmente se desempeña como profesor en USACH y U. de Chile, especializado en historia social, politización de los sectores populares urbanos y rurales y juventud popular en la transición a la democracia. Miembro del Núcleo de Historia Social Popular y el Grupo de Trabajo “Género, feminismos y memorias” de CLACSO. 

      [2] Miguel. Entrevista con el autor, 16 de julio de 2018.

      [3] Para ver concepciones de “generación”: Víctor Muñoz Tamayo, Generaciones. Juventud universitaria e izquierdas políticas en Chile y México (Universidad de Chile-UNAM 1985-2006). Santiago: LOM Ediciones, 2011.

      [4] V. I. Lenin, ¿Qué hacer? Santiago de Chile: Quimantú, 1972, p. 41.

      [5] Antonio Gramsci, Cuadernos de la Cárcel. Tomo 5. México: ERA, 1999, p. 31.

      [6] George Rudé (1981). Revuelta popular y conciencia de clase. Barcelona: Crítica, pp. 41-47.

      [7] Raúl Zibechi, Genealogía de la Revuelta. Argentina: la sociedad en movimiento. Buenos Aires: Nordán Comunidad, 2003, pp. 29-30.

      [8] Joaquín, entrevista con el autor, 2011.

      [9] Cathy Lisa Schneider (1995). Shantytown protest in Pinochet’s Chile. Philadelphia: Temple University

      Press

      [10] En Argentina han estudiado el tema en: Cristina Viano, “Amistad y militancia en Montoneros. Apuntes generizados”, Contención, 4, 2015; Alejandra Oberti, Revolucionarias. Militancia, vida cotidina y afectividad en los setenta. Buenos Aires: Edhasa, 2015; Mariela Peller, La intimidad de la Revolución. Afectos y militancia en el PRT-ERP. Buenos Aires: Prometeo, 2023.

      [11] Marisa, entrevista con el autor, febrero de 2005.

      [12] Amanda, entrevista con el autor, 2005.

      [13] Emilia, entrevista con el autor, 2018.

      [14] Robert Darton, Los best seller prohibidos en Francia antes de la revolución, México: FCE, 2014.

      [15] Carlo Ginzburg, El queso y los gusanos. El cosmos según un molinero del siglo XVI. Barcelona: Muchnik

      [16] Antonio Gramsci, Maquiavelo y Lenin. Notas para una teoría política. Santiago: Nascimento, 1971.

      [17] Pizarro, entrevista con el autor, agosto de 2005.

      [18] Partido MAPU, El Carácter de la Revolución Chilena. Santiago: Dabdoub, p. 46.

      [19] Tomás Moulian, entrevista con el autor, 2017.

      [20] Emilia, entrevista con el autor, 2005.

      [21] Nico, entrevista con el autor, 2017.

      [22] Sara, Historia del Partido (Manuscrito), 1983. Escrito por Sara, militante del MAPU desde 1978, fundadora de MAPU-Lautaro y dirigente hasta los años noventa. Agradezco su solidaridad.

      [23] Sara, Historia del Partido…

      [24] Sara, Historia del Partido…

      [25] Sara, Historia del Partido…

      [26] Sara, Historia del Partido….

      [27] Ágnes Heller, Sociología de lo cotidiano. Barcelona: Península, 1994; Karel Kosíc, Dialéctica de lo concreto. Estudios sobre los problemas el hombre y el mundo. México D. F.: Grijalbo, 1967.

      [28] Pizarro, entrevista con el autor, agosto de 2005.

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