Sobre el sujeto político y revolucionario.

En el primer aniversario de Horizonte La Revista, que coincide con una nueva conmemoración del día de las y los trabajadores, es necesario llamar la atención de las actuales condiciones de la organización de la clase. Para nadie es un secreto que la continuidad que le ha dado el progresismo y la derecha al plan laboral de la dictadura, junto con la burocratización y la lógica gremial que han impulsado los partidos de la izquierda tradicional en los sindicatos, tienen un impacto negativo en la capacidad de organización de la clase trabajadora. La falta de independencia frente al Estado, y las nuevas características del sistema político a través de sus partidos institucionales[1], han frenado la posibilidad de la clase para transformarse en sujeto político que se constituya nuevamente en la vanguardia de las transformaciones sociales como lo fue en el siglo XX.

Por otro lado, tampoco ha contribuido a ello la incapacidad de la izquierda clasista de ser parte preponderante del mundo sindical, con una evidente escasez de cuadros sindicalistas y un exceso de consignas maximalistas para el actual periodo de la lucha de clases. Esto no permite organizar a una porción relevante de las mayorías trabajadoras e imposibilita disputar la conducción a la burocracia sindical ligada a los partidos tradicionales.

Además, de los imites para organizarse establecidos por la legislación y las dinámicas de los partidos, la derecha y el progresismo han impulsado en forma efectiva la lucha ideológica y por el momento han logrado anular la constitución de una nueva identidad de clase trabajadora. A través de un nuevo lenguaje se pretende exacerbar la mistificación de la superexplotación de a fuerza de trabajo, presentando los trabajadores como colaboradores, socios e incluso emprendedores cuando se trata de la nueva esclavitud digital. Estos últimos son la mejor expresión de la precarización extrema del trabajo en el siglo XXI.

La denominada uberización de la fuerza de trabajo, funciona a través de horarios extenuantes, muchas veces sin descanso semanal, bajos ingresos y con la constante posibilidad de ser despedidos por las aplicaciones sin ningún tipo de explicación (bloqueo de la plataforma); Además, la mantención de los medios de trabajo corre por cuenta del trabajador (auto, moto, bicicletas, celulares, etc.), lo cual permite enmascarar las relaciones laborales como “prestaciones de servicios” y así evitar la legislación laboral existente.

Esta relación simbiótica entre trabajo informal y el nuevo mundo digital en constitución, podría conducir a la generalización de nuevas formas laborales más individualizadas e invisibilizadas, las cuales agravarían las posibilidades de asociación de los trabajadores y trabajadoras. Sin embargo, esto sucederá sólo si es que no existe confrontación social, la cual ha dado pasos significativos en distintos países del mundo e incluso en América latina[2]. Por otro lado, desde su lugar de privilegio en la academia universitaria, el progresismo quiere hacernos creer que el trabajo no es central en el capitalismo actual[3], lo cual directa e indirectamente, según el caso, los vuelve colaboradores de las clases dirigentes que buscan claramente despojar a la nueva clase trabajadora de toda posibilidad de constituirse en clase social a partir de la conciencia que proporcionaría una nueva identidad.

Desde nuestro punto de vista, hoy no estamos asistiendo a la desaparición del trabajo del centro de la producción capitalista, sino más bien a la proletarización de una serie de profesionales y oficios proveedores de servicios, a través de la subsunción real de su trabajo. Además, como explicamos antes, existe un nuevo tipo de proletariado vinculado al mundo digital, lo cual permite la desregulación de estas nuevas actividades. Es así como la gran diferencia entre los centros capitalistas y su periferia viene dada por el grado de cualificación de su fuerza de trabajo, ya que los países centrales llevaron parte de la producción de mercancías a países periféricos, caracterizados por la superexplotación y en consecuencia con menores tasas salariales, pero mantuvieron el control de esta a través de la producción de las partes más importantes del proceso, debido a una industria más intensiva en conocimiento[4].

Por otro lado, en esta nueva morfología del trabajo que se ha constituido con el neoliberalismo y el advenimiento de la nueva era digital, un trabajador/a para ser productivo no necesita producir directamente, sino ser un órgano más dentro del trabajador/a colectivo a través de una subfunción derivada. De esta forma, existen actividades productivas inmateriales integradas a las cadenas mundiales de valor, cuya materialidad -al tomar la totalidad de la producción social- es preponderante. Así, la expansión de la tercerización, donde particularmente interesa al capital y su valorización, es un importante propulsor directo o indirecto de plusvalor.

Si asumimos desde la dialéctica marxista que el capitalismo se constituye desde el capital y su opuesto el trabajo asalariado, como una identidad contradictoria, es decir, que el Capital no existe sin trabajo asalariado y viceversa; así como también la hegemonía de las relaciones asalariadas en el capitalismo globalizado actual, en conjunto con la violación de la ley del valor cuando se trata de la mercancía fuerza de trabajo en el “Sur Global” (superexplotación)[5]; entonces podemos señalar que la clase trabajadora, como la “clase-que-vive-del-trabajo”[6], aun es estratégica y la única que puede acabar con el capitalismo, en un principio colocando límites a la acumulación y posteriormente controlando la producción, es decir, ocupando su papel histórico en el proceso revolucionario.

Es más, al contrario de lo que ven los intelectuales de los países capitalistas centrales, la tendencia en el sur global es al aumento de las relaciones asalariadas y el trabajo enajenado, pero en condiciones de superexplotación.

Esto significa que las capas marginales se multiplican y las contradicciones propias del capitalismo son más extremas, y, por lo tanto, las clases dominantes sólo dependen de la fragilidad para estos casos de la narrativa ideológica para su ocultamiento, la cual devela sus fisuras en la medida en que la crisis actual no permite cumplir con las promesas de las castas políticas de ampliar el consumo de la población. Es decir, las relaciones de superexplotación son una bomba de tiempo, incluso para los progresismos neoliberales cuando no dan respuestas a las necesidades de las clases populares.

No obstante, dependerá de la izquierda socialista el que estás masas populares no resulten seducidas por el conservadurismo y el neofascismo en busca de respuestas, y puedan finalmente encontrar una alternativa de sociedad en la actividad de nuestras fuerzas políticas para que ocupen su lugar histórico como vanguardias y motor de la revolución socialista.

Trabajadores del Sindicato de obreros defensas fluviales marchan en Santiago en apoyo al Gobierno de la Unidad Popular, el 1 de mayo de 1973 (Fotografia de Nono, Luigi). De fondo, la multitidinaria marcha del 1 de mayo de 1971 por la alameda de Santiago (fotografia de Armindo Cardoso).

[1] El antiguo sistema de partidos incorporaba organizaciones políticas que representaban las distintas clases y fracciones de estás. En la actualidad, existe una fracción de la pequeña burguesía que los medios y el pueblo denominan “clase política” y que sólo se representan a sí mismas, coincidiendo más con los intereses de la gran burguesía.

[2] Han existido importantes movilizaciones de trabajadores de plataformas digitales. El año 2020 en Brasil, en plena pandemia, hubo masivas movilizaciones, las cuales también han existido durante el actual gobierno brasileño, así como en Chile se han movilizado trabajadores de las plataformas de repartidores.

[3] Para eso utilizan perspectivas postmarxistas, como las del autonomismo italiano, que cuestionan la teoría del valor, el imperialismo y el papel de la clase trabajadora, pero desde miradas eurocéntricas. También existen perspectivas de moda en la academia, como las posmodernas y sus derivados postcoloniales en conjunto con algunas corrientes decoloniales de la academia norteamericana.

[4] Esto responde a una significativa mayor inversión en innovación tecnológica y también en educación.

[5] La superexplotación es una categoría fundamental en la teoría marxista de la dependencia, original del sociólogo y economista brasileño, Ruy Mauro Marini, la cual hace referencia principalmente a la fuerza de trabajo que se remunera por debajo de su valor y que sería el fundamento de la dependencia latinoamericana.

[6] Expresión del sociólogo brasileño Ricardo Antunes (2013), la cual de acuerdo su definición “incluye a todos aquellos que viven de su fuerza de trabajo, teniendo como núcleo central los trabajadores productivos. No se restringe, por lo tanto, al trabajo manual directo, sino que incorpora a la totalidad del trabajo social, la totalidad del trabajo colectivo asalariado”.

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