Octubre: El Socialismo Como Único Horizonte Anticapitalista

Comisión política Tejer-Construir

Hablar de octubre no es sólo hablar de rebeldías. No es sólo hablar de rebeliones populares. No es sólo hablar de estallidos y motines. Hablar de octubre es hablar de revoluciones y revolucionarios. ¿Cuál es la diferencia? La diferencia es que en una revolución existe pueblo organizado, existe poder popular, existe deliberación colectiva y existe fundamentalmente estrategia y programa; es decir, supera la simple espontaneidad, lo cual es la esencia de cualquier transformación real y duradera.

En octubre conmemoramos la revolución bolchevique y la muerte del guerrillero internacionalista, Ernesto “CHE” Guevara, así como la muerte de nuestro Miguel Enríquez. Si tuviéramos que buscar un concepto que pudiera aglutinar de mejor forma todos estos elementos, este sería socialismo. Primero porque claramente la revolución rusa tiene abiertamente un carácter socialista, de la misma forma en que el Che y Miguel adherían también abiertamente al mismo campo ideológico1, pero también como señala el filósofo cubano, Fernando Martínez Heredia: «Lo más importante es que desde el siglo XIX la noción de socialismo auspició un amplísimo campo de demandas y anhelos de mejoramiento social y personal, y después de 1917 llegó a asociarse a las empresas de transformación social y humana más ambiciosas y profundas que ha vivido la humanidad, constituyendo a la vez el reto más grave que ha sufrido la existencia del capitalismo, en todas sus variantes, a escala mundial».

Es decir, no se ha construido a la fecha otra alternativa real al capitalismo, pues las supuestas alternativas que nos intenta vender el progresismo liberal, no es más que una versión nostálgica del contexto de la guerra fría2. No obstante, esa versión edulcorada que continuaba basándose en la apropiación privada del trabajo ajeno, obedecía a un determinado contexto histórico y político3. En dicha época se hicieron concesiones de derechos y de cierto bienestar social en los países centrales, más nunca en las naciones periféricas, sino más bien a costa de estas. Las condiciones estructurales de dependencia de la región latinoamericana nunca fueron superadas en sus intentos de industrialización del siglo pasado. Sólo construimos una industria dependiente, donde la superexplotación de la fuerza de trabajo era un factor estructural4, y las contradicciones del Capital eran, y son, más agudas que en los centros capitalistas.

No obstante, mucho se ha discutido en las izquierdas de que tan “socialistas” son las experiencias fracasadas de los denominados “socialismos reales” de la Europa oriental, o incluso algunas con relativo éxito como es el caso de la Republica Popular China. Sin embargo, estas críticas muchas veces se deben a una construcción imaginaria de ciertas formas muy determinadas de la sociedad socialista. Así como otros incluso prefieren hablar de “transición al socialismo”, olvidando que justamente es el socialismo una etapa de transición a formas societales superiores, una sociedad comunista.

¿Entonces qué es el Socialismo? Desde nuestro punto de vista al ser una etapa de transición al comunismo, este puede tomar diferentes formas de acuerdo con el contexto histórico, político y cultural. Esto significa que tanto la URSS como los socialismos de Europa del este, sí fueron experiencias socialistas, así como lo son aún el caso de Venezuela y Cuba, pero en momentos históricos y políticos muy distintos. Esto determinó que fueran experiencias diversas y no podía ser de otra forma. Desde la primera mitad del siglo XX, ya José Carlos Mariátegui planteaba que la revolución latinoamericana no sería “ni calco ni copia” de los procesos europeos, pues obedecen a contextos coloniales y de subordinación imperialista.

Esto nos plantea a la vez, que para el siglo XXI, este incluirá necesariamente la superación de una seria de contradicciones que se han agudizado las últimas décadas y que necesitan ser abordadas por el movimiento socialista5; no obstante, siempre pensando como contradicción principal y transversal, al Capital-trabajo, porque es la dialéctica constitutiva del capitalismo, pues continúa siendo la apropiación del trabajo excedente la base de la acumulación de capital. El fenómeno al que asistimos en la actualidad, no es el fin del trabajo, como predicaban algunos intelectuales burgueses y eurocentristas, sino la subsunción acelerada de distintas formas de trabajo que crean nuevas formas de producción directa e indirecta de plusvalor, es decir, van cambiando la morfología de la clase obrera a través de la proletarización de una serie de trabajadores antes independientes.

Para el caso del socialismo como etapa de transición, este es una etapa de largo aliento, ya que los procesos de transformación no suceden de un momento a otro mediante un decreto revolucionario, o el simple cambio de dirección en el Estado, sino que son procesos sociales complejos y de lucha ideológica o cultural de largo plazo. Cuando algunos críticos de la izquierda utilizan el concepto de “capitalismo de Estado” para describir procesos, olvidan que eso es justamente el socialismo: “capitalismo de Estado”, pues desde el momento que continúa rigiendo la ley del valor, entonces hay apropiación del trabajo excedente, independiente que este sea una apropiación social y no privada en algunos casos. La diferencia es que el socialismo les imprime un sello distinto a estos procesos, pues son en beneficio de las grandes mayorías y de la clase trabajadora en particular.

Como todo Estado, el Estado Capitalista está determinado siempre por ciertas alianzas de clases, la cual responde a una correlación de fuerzas entre las distintas fracciones de la burguesía y sus vínculos con fracciones de la pequeña burguesía. A su vez, existen compromisos, pues – por ejemplo – en el contexto de la guerra fría, existían ciertos compromisos entre las distintas fracciones dominantes de la burguesía y una fracción de la clase obrera representada por partidos políticos que fueron incluidos en el sistema parlamentario liberal, es decir, partidos que impulsaron una política de colaboración de clases6. De la misma forma, el Estado socialista, también está determinado por una política de alianzas que establece determinadas alianzas, así como ciertos compromisos. Es justamente esto lo que determina el carácter de un proceso revolucionario y como resultado el carácter de una determinada forma de Estado7.

En este sentido, es posible señalar que países como China son países socialistas. Esto considerando que existe una planificación económica que determina el desarrollo de las fuerzas productivas y se prioriza por aumentar progresivamente la cobertura del bienestar social de las grandes mayorías, pero también este desarrollo económico y social está sustentado en importantes compromisos con una gran burguesía, aunque siempre bajo el férreo control político. Bajo esta perspectiva se podría plantear que China es una sociedad socialista, no obstante, hay un elemento que podría tal vez poner en jaque esta perspectiva de entender el proceso, pues parafraseando a Fernando Martínez Heredia, la característica básica del socialismo es que siempre tiene como horizonte el comunismo. Es así como nos señala: “La transición socialista debe partir hacia el comunismo desde el primer día, aunque sus actores consuman sus vidas apenas en sus primeras etapas”.

Por otro lado, sobre la estrategia y la táctica socialista, Bambirra y Dos Santos nos señalan: “La determinación de las tareas y de los enemigos permite elaborar la táctica que facilite a la fuerza motriz por excelencia el proletariado, arrastrar sus aliados y adoptar las formas de lucha adecuadas: legales o ilegales, pacificas o violentas, la combinación de estás o la dominación de una forma sobre las demás en circunstancias históricas específicas”. Es decir, ni la creencia ciega en la lucha institucional, a través de la democracia liberal, ni el fetiche de la violencia revolucionaria como único método, puede hacernos perder el norte del socialismo como objetivo histórico. Entonces, los métodos para alcanzarlo, dependerán del contexto histórico, la correlación de fuerzas, pero siempre a través de la necesaria flexibilidad táctica, con importantes dosis de pragmatismo, que son centrales para una práctica revolucionaria real.

Desde nuestro punto de vista, octubre es un mes que debe hacernos siempre reflexionar sobre el horizonte político e histórico para nuestra patria, así como de nuestros métodos y tareas más urgentes.

Porque la patria es la clase trabajadora.

  1. No hay que olvidar que tanto el Che, como Miguel, a pesar de tener una visión crítica de la URSS y el campo socialista, nunca se perdieron y siempre reconocieron adherir a dicho campo ideológico y reconocer el liderazgo de esta. ↩︎
  2. Lo que en EE.UU. y Europa se conoció como Estados de Bienestar, y en América latina se le denomino desarrollismo o Industrialización de Sustitución de Importaciones (ISI). ↩︎
  3. Donde tanto la lucha de clases como la sólo existencia del campo socialista internacional, generaba una competencia en relación con que modelo era capaz de asegurar un mínimo de bienestar a la población. ↩︎
  4. La superexplotación para la Teoría Marxista de la Dependencia (TMD), es una forma para las burguesías dependientes de compensar las transferencias de valor de las economías dependientes a los centros capitalistas. La superexplotación es cuando el trabajo se remunera por debajo de su valor. ↩︎
  5. Nos referimos a temas como la fractura metabólica entre humanidad y naturaleza, la cuestión del trabajo reproductivo, etc. ↩︎
  6. El mejor ejemplo de estas relaciones como “compromisos”, es el hecho de que en el momento sólo sirvió para neutralizador al trabajador(a) como sujeto revolucionario, pero en la medida de que la correlación de fuerzas cambia, la clase obrera es disciplinada y queda sin representación real en las instituciones. ↩︎
  7. No hay que olvidar de que el carácter de la revolución esta determinado por la clase motriz, pero también de sus alianzas. ↩︎
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